Inteligencia Artificial: tan cerca y a la vez tan lejos

Los que nos dedicamos de forma profesional a tareas relacionadas con la Inteligencia Artificial, como el aprendizaje automático, llevamos años ilusionados con los progresos que se están realizando en este campo. Desde un punto de vista técnico y aséptico la Inteligencia Artificial es, hoy en día, un conjunto de técnicas matemáticas y computacionales que nos permiten asignar un número (una acción, un resultado) a unas entradas (valores, sensores) del mundo real. Durante la presente década ha habido dos importantes avances en este campo:

* El desarrollo y puesta a disposición del gran público de todas las técnicas matemáticas utilizadas en las llamadas redes neuronales profundas.

* El continuado crecimiento de la capacidad de computación de los equipos de coste moderado, sobre todo de las GPUs que se encargan de los cálculos matemáticos anteriormente nombrados.

Desde el momento en que las herramientas necesarias se ponen a disposición de más y más personal cualificado para utilizarlas la popularidad del concepto Inteligencia Artificial se ha disparado. Y lo ha hecho no solo en boca de los profesionales, sino de los aficionados y de público en general que ve como los diferentes tipos de «bots» surgen de los lugares más inesperados, una IA es capaz de ganar al Go a cualquier jugador humano, los coches podrían conducir solos y sin vigilancia humana en pocos años o cómo grandes personalidades advierten sobre posibles consecuencias cataclísmicas de dejar que las máquinas tomen decisiones.

Pero al igual que hace 100 años los visionarios pensaban en las colonias lunares y marcianas que habrí­a en el año 2000 y cómo los sistemas de transporte personal harí­an obsoletas las carreteras, hipotetizar sobre el advenimiento de una inteligencia superior al más puro estilo Terminator no encuentra base en la realidad de los desarrollos actuales.

Existe la opinión extendida y cultivada por la ciencia ficción de que darle suficiente poder computacional a una máquina sirve para aproximarla a un ser consciente con un pensamiento similar al humano que dialogará con nosotros y en algún momento tendrá que decidir si está ahí­ para ser nuestro amigo o nuestro enemigo.

Nada, absolutamente nada en la realidad de las matemáticas y tecnologías subyacentes a los desarrollos actuales en temas de Inteligencia Artificial apunta en esa dirección. No existe un consenso, ni siquiera, de cómo exactamente surge nuestro pensamiento consciente a partir de las estructuras neuronales biológicas que forman nuestro cerebro. Existen hipótesis y grandes proyectos en la dirección de intentar entendernos a nosotros mismos comenzando por nuestras neuronas, de nuestra propia maquinaria interna, pero son esfuerzos en campos que nada tienen que ver con lo que se conoce como IA en el mundo de la informática.

Incluso desde dentro a veces caemos en la tentación de maravillarnos ciegamente con ciertos progresos de la Inteligencia Artificial. No pasarán muchos años hasta que el mejor conductor humano no pueda superar la habilidad al volantes de los conductores automáticos que poblarán nuestros coches. Pero no existe, objetivamente, ningún motivo para extrapolar el perfeccionamiento de estas técnicas con el surgimiento de un pensamiento humanoide. A lo sumo, y aquí­ me voy a permitir una licencia artística dentro de la ingeniería, si dividimos cada habilidad humana, una a una en pequeñas tareas tan simples que las podamos enfocar con nuestras poderosas pero limitadas herramientas tecnológicas podríamos intentar ensamblar una suerte de monstruo de Frankenstein digital que nos hiciera soñar con que algún día de este conjunto de circuitos y fórmulas matemáticas pudiera emerger un pensamiento propio. No lo veo. Aún no. Tan cerca, y a la vez tan lejos…

 

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